sábado, 13 de abril de 2013

Capítulo 24: Confrontación.

Han pasado 200 años desde que Axel murió. Dejó un gran pesar en mi corazón, pero traté de que no pesase en el de mi hijo, Kael. No fui capaz de olvidarle un sólo segundo de mi vida, y tampoco nuestra historia se quedó en el olvido. A lo largo del tiempo, cuando Kael se convirtió en un adulto, viajamos por casi todos los rincones del mundo, combatiendo contra ángeles y demonios infractores. Al final, nos quedamos en Italia, entrenándonos y luchando, pero vivíamos bastante en paz, lejos del ruido incesante de las ciudades.

Allí encontramos un grupo de ángeles, del cual había sacado una gran amiga, una confidente, Helena. Ella sabía toda la historia sobre Axel y yo, cómo nació Kael, y cómo Axel perdió la vida. Nuestra casa se encontraba bastante cerca de la suya, y de un pequeño bosque, pero tampoco muy lejos del centro del pueblo.

Realmente, nunca me deshice de nada que perteneciese a Axel. Incluso había algunas fotos de antes de que se fuese por primera vez, y en lugar de destruir el libro de conjuros que transcribió para Kael, lo guardé hasta que creció lo suficiente, entrenándole tanto con la espada como con los hechizos. Guardaba todo como oro en paño, no podía olvidar al que fue mi marido, y el padre de mi hijo, y tampoco quería.

Poco antes de decidir seguir contando mi historia, llegaron varios rumores a mis oidos. Gente que decía haber visto un hombre de ojos rojos y cabello blanco, no canoso, si no blanco, brillante. Yo no les daba crédito, la gente a veces era muy fantasiosa, y más aún en un pueblo tan pequeño... Pero, si era cierto, indudablemente se trataba de un demonio, aunque hasta que no dieran la voz de alarma, no pensaba hacer nada, y si nadie conseguía hacer nada, tendría que encargarme yo misma, aunque no tuviese ganas. Era mi deber, pero había vivido varios años en completa tranquilidad, dejando que cada bando se matase a placer, sin preocuparnos de lo que éramos. Renegados del cielo y el infierno por ser mestizos, híbridos, ni ángeles ni demonios, albergando ambas razas en nuestro interior.

En estos dos siglos, han pasado tantas cosas... Tuve que irme de Alemania, no quería ver cómo moría la gente que me importaba a mi alrededor, ni que mi hijo sufriese el dolor de tantas pérdidas. Ángela, Shane... ambos muertos tiempo ha. Unos años después de marcharnos de Alemania, volvimos. Shane ya era un hombre, y Ángela estaba en las últimas. Como excusa, teníamos el "ser" familiares de los ya difuntos Mizuki y Kael, por lo que, para esa ocasión, tuvimos que crearnos unas identidades falsas temporales. En cada nuevo hogar, durábamos muy poco, no podíamos descubrirnos tan a la ligera. Debíamos tener siempre un plan perfecto para cualquier imprevisto.

Entrenábamos cada noche en el bosque que había cerca, para no levantar sospechas ni alarmar al pueblo, aunque éramos totalmente pacíficos, pero siempre íbamos armados por nuestras espadas. Kael había heredado las espadas de sus abuelos, las originales, y yo aún seguía con la que me forjó Axel. Kael se volvió cada vez más fuerte, combinando las espadas con los conjuros del libro que su padre le legó, a pesar de que desease que fuese destruído, pero la elección era de Kael, no mía, y al crecer decidió seguir los pasos de su difunto padre, contrariando su última voluntad. Me sorprendió que se hiciese más fuerte que su propia madre, tenía madera de gran luchador, y ese se convirtió en mi mayor temor. Quizá un día se uniese a "la élite", lo cual era una especie de ejército de ángeles y demonios que se ocupaban de hacer cumplir la ley a ambos bandos, al igual que a los mestizos, tampoco os penséis que los de mi raza nos librábamos. Si Kael se unía a esa élite, quizá no volviese a verle en toda mi vida, y eso me mataba por dentro, aunque no lo exteriorizarse. Al fin y al cabo, por mucho que fuese su madre, no pretendía que se quedase a mi lado si se quería ir.

En resumen, estos 200 años han servido para fortalecernos, apartarnos de las luchas en cierto modo, e intentar llevar una vida lo más normal que nuestra inmortalidad nos permitía, sin olvidar nada de lo que viví junto a él...

Uno de esos días, de repente, recibí un aviso de alarma de Helena. Había una lucha en un callejón, debía ir allí como refuerzo, con Kael. Nos preparamos y nos dirigimos hacia allí. Seguí el rastro de esencía, aunque a cada paso que daba se hacía más fuerte, hasta llegar al punto de que me oprimía los pulmones. Era un demonio excesivamente fuerte. No estaba segura de poder con él, de modo que, antes de entrar al callejón, besé la frente de Kael, a modo de despedida temporal, y me dirigí junto a él hacia el fondo del callejón, a tiempo de ver cómo uno de los ángeles del grupo al que pertenecía Helena caía a manos de aquel demonio. Al fondo tan sólo se veía el destello de unos ojos, brillando rojos y negros, y alcancé a ver un destello blanco de su pelo en la oscuridad.

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